viernes, 4 de febrero de 2011

Una suave cadencia

Es difícil definirla, y si te preguntara, la confusa línea que la separa del pesimismo nos alejaría de ella y dejaría de definir sus contornos como el pincel que modela la Virgen del Magnificat de Botticelli y su expresión lánguida y abstraída en su emoción.

Crecemos de la mano de pálidas y ojerosas princesas de extraña e inquietante belleza. Fuimos víctimas de canciones impregnadas de torturadores sueños. Disfrutamos de un cine asaltado por visiones y sombras. De un teatro que nos captura en la obsesión ante el transcurso del tiempo, la fragilidad, la vulnerabilidad, la ilusión y lo imprevisible de la experiencia humana. Y, por último, la Poesía como conexión inevitable a esta lívida dama.

En la soledad de la noche,
cuando apenas hay llamas encendidas,
bajo los auspicios de la nueva mañana
me rehúyes, alondra nocturna, impenitente.

Me quedo inmóvil en tu mirada,
voluble esperanto de pueblos sin nombre,
y espero el canto que ilumine el día,
que grite y que rompa la tristeza mía.

Diluida en abanicos de fuego,
te bañas pinturera y predicas sermones.
Cansada te espero.

Ya no quiebran voces, ni suspira el llanto,
Sosegada el ánima, se brinda, se ofrece,
dulce anestesia de melancolía.

María López Castaño

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